EL PIANO DE SOPHIE

Nada podía cicatrizar mejor las heridas de un corazón roto que la música; la cadencia de sucesivas notas que se encadenaban a un dolor tan genuino y auténtico como el arte mismo. Él siempre acudió a la música de piano para cicatrizar sus heridas, a los eternos clásicos buscando, quizás, que su sentir se refugiase, pequeño, en la inmensidad del tiempo.

¿Dónde refugiarse ahora? Evocaba el dulce movimiento de sus dedos sobre las teclas de un piano cualquiera. Pálida agilidad de un alma virtuosa, una amada en pretérito acostumbraba a adornar su innata belleza con melodías bien entonadas.

Le resultaba profano acudir a otras músicas que no emanasen del sentir de sus dedos, que no se acompañasen de la vitalidad de su mirada. Eran los abrazos quienes antaño rompían los silencios que sucedían los tonos pulsados. Ahora sería ese silencio mismo el que le rompería en tantos pedazos que necesitaría una eternidad para recomponerse.

Y si ahora se rompe, ¿quién le abrazaría?

Si el silencio todo lo absorbe ¿qué música sonaría?

Si el amor se lleva consigo el calor de este mundo, ¿qué le abrigaría?

La música bien puede ayudar a cicatrizar heridas, aunque su recuerdo logre precisamente abrirlas. Recuerdos de una felicidad en pretérito, una felicidad cuyos ecos resuenan con la más agridulce melodía.

Dulzor de lo que existió.

Amargura de cuanto perece con el paso del tiempo.

No así la música, no así los recuerdos….

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